jueves, 24 de septiembre de 2009

Una clase divertida

La clase de preescolares de tres años estaba muy alborotada, así que la maestra decidió alterar la planificación del día. Se le ocurrió una idea para atraer la atención de los niños y calmarlos.

— Shhhhhh!!!!!!!!!!!!!!!!!!Silencioooo, necesito su ayuda, es muy importante —dijo proyectando la voz, sin gritar, para llegar a todos.

Al oírla, ellos la miraron asombrados porque esperaban un rezongo y no un pedido de colaboración.

— Recién miré los libros de la biblioteca y descubrí que faltan algunos amiguitos. Me parece que querían venir a conocer nuestra clase y se escondieron en algún lugar.



Tenemos que encontrar a Campanita que revoloteando tanto se salió del libro del País de Nunca Jamás. Escuchen con atención porque hace un ruidito muy suavecito y finito con sus alas que casi casi no se escucha.



— También hay que ayudar al rey León a encontrar a Simba que jugando en la selva con las mariposas se perdió y no sabe volver solo. Él lo llama con una voz fuerte y gruesa para que lo oiga desde lejos.






Apenas terminó de dar las instrucciones, los pequeños se dispersaron por todo el salón y comenzaron a imitar los sonidos de los diferentes personajes mientras la maestra les explicaba qué es un sonido agudo, uno grave, fuerte o suave.
Así, satisfecha, dio por cumplida la clase de educación musical que le tocaba dar el próximo lunes.

de la serie "sapos y princesas",n°2

Caperucita y la abuelita


— Abuelita, abuelita. ¡Qué orejas tan grandes tienes!
— Si, Caperucita, pero no puedo oír bien…
— ¡Y qué nariz tan grande que tienes!
— Sí, mi amor, pero no puedo respirar bien porque me ahogo…
— ¡Y qué dientes tan grandes tienes!
— Pero muerdo y no puedo tragar porque me atoro…
— ¡Ay abuelita, me parece que tenés que ir corriendo a buscar un fonoaudiólogo!
de la serie "sapos y princesas", n°1

sábado, 19 de septiembre de 2009

Una pregunta por favor...















Camilo le quiere dar una sorpresa a su esposa y decide comprar un paquete de Buquebus a
Bs. As. para darse una escapada solos, el fin de semana.
Observa que hay una joven empleada de espaldas a él mirando por la ventana.

— Se-se-se-señorita, ¿me-me-me-me puede dar informa-ma-mación sobre los ppp-paquetes de pa-pa-pasaje con hotel a Buenos Aires, ppp- por favor ?

La joven que se suponía debería estar atendiendo con amabilidad y prontitud al probable cliente, continúa con la mirada perdida a través de la ventana que está al lado de su escritorio.
Camilo, que sufre su dificultad de expresión las veinticuatro horas del día desde su niñez, no se inhibe ni desiste cuando se propone algo. Aprendió a hacerse valer.
Espera unos cuantos segundos en silencio, de pronto comienza a mover sus dedos como si tocara el piano sobre el mostrador produciendo un ruido molesto que llama la atención de las demás personas del local menos la de ella. Los nervios le provocan tos y ésta, como acción refleja, le dispara un tic en los hombros, subiéndolos y bajándolos al mismo tiempo como si dijera ¡qué me importa! Todos lo miran extrañados.
Luego de varios eternos minutos, tratando de no ser descortés pero haciendo notar su presencia, eleva un poco el tono y la intensidad de su voz e insiste con el pedido de información. Ante la falta de respuesta, mira con indignación hacia ambos lados y constata que los demás empleados, ocupados en sus respectivas actividades, miran sin verlo, como si fuera invisible, ninguno repara en su presencia.
Recordando lo aprendido en la terapia, Camilo inspira profundamente, relaja la musculatura de su cara, abre su boca y exclama a viva voz:


— ¿Hay alguien ac-c-c-cá que se digne atenderme? ¿Usted — dirigiéndose a la joven con quien intentaba hablar—¿está t-tra-trabajando o cree que está bajo una pal-pal-palmera en la pla-pla-playa de Bom-Bom-Bombinhas?¿No se dio cuenta q-que estoy parado ac-c-c-cá hace quince minutos dirigiéndole la palabra?

Ella ni se inmutó, siguió de espaldas mirando hacia afuera.
La reacción de Camilo fue tan inesperada para todos que en un instante el personal presente estaba frente a él tratando de calmarlo, pidiéndole disculpas y ofreciéndole sus servicios amablemente. Todos menos Cecilia, la joven que miraba por la ventana, quien no se enteró de lo que sucedía porque mientras observaba absorta la gente pasar a través de la ventana, se agotaron las pilas de sus audífonos y quedó sumida en el más profundo silencio.



Nota: imagen bajada de google,http://relatividadpositiva.blogomundo.com/wp-content/uploads/2007/09/4147.jpg

viernes, 18 de septiembre de 2009

¿El peor de los casos?

El peor de los casos que se me presentó en mi actividad profesional, ocurrió hace unos veinte años.
Hace veintisiete años me recibí de fonoaudióloga, con todo el entusiasmo de una egresada que quería ayuda a todas aquellas personas que tuvieran algún tipo de problema para hablar o comunicarse, sea por algún trastorno específico, por retraso en el desarrollo o alteraciones secundarias a problemas auditivos o neurológicos. Si bien el campo de acción de mi profesión abarca un espectro más amplio de actividades, éstas eran las que más me motivaban.

Suena el teléfono en el consultorio – atiende mi secretaria.
— Necesito una consulta con la fonoaudióloga “Eli”, perdone que no le diga el apellido pero el médico me dijo que no lo sabe escribir porque es muy difícil...y que pidiendo por “Eli” sería suficiente... Me envía el Dr. R.R.— dice amablemente una voz femenina que resultaría ser la madre de la niña que requería la consulta.

La secretaria tomó todos los datos y quedó en confirmarle día y hora.
Dado que en la primer llamada telefónica no se habían dado mayores explicaciones sobre el caso, la primera entrevista resultaría ser una incógnita hasta que pudiera tener oportunidad de interiorizarme en el motivo de consulta a través de un exhaustivo interrogatorio.
El día acordado, a la hora establecida, se oyó el timbre y me dirigí a la puerta con el fin de recibir a los padres de una niña que no debía concurrir en esa oportunidad (propuesta que en general se les plantea a los padres para poder conversar más tranquilamente, sin tener que estar ocupándose de atender a las demandas o interrupciones del niño).

— Mucho gusto, soy la fonoaudióloga Eli – dije con una sonrisa.

Al observar que frente a mi habían tres personas en lugar de dos, no pude disimular mi cara de sorpresa.

— Tú debes ser Sabrina— comenté buscando su rostro que miraba hacia el piso.

Los padres se disculparon por haberla traído, explicando que no tenían con quien dejarla.

La carta de presentación que obtuve fue una niña de seis años firmemente aferrada a las manos de sus padres que hacía unos pocos días había comenzado a caminar. Tenía una sonda naso-gástrica que cruzaba su pecho porque no podía alimentarse sola y de su boca emergían únicamente ronquidos guturales ininteligibles. Sus facciones eran atípicas.
Quedé inmovilizada por un instante, tratando de disimular mi asombro frente a tal cuadro.

En ese instante me pregunté: — ¿Qué pretende el Dr. R.R. que yo haga con esta criatura? Soy fonoaudióloga y no maga — me dije en silencio.

— El doctor nos dijo que usted va a poder ayudarnos – sonó tan fuerte esa afirmación que mis piernas flaquearon al oír esas palabras.
—Nadie ha logrado que Sabrina se comunique de una manera efectiva. Solo nosotros la entendemos— dijo la madre con desconsuelo.

Me acerqué a Sabrina para establecer un primer contacto y pude observar que las malformaciones de su cara eran de tal magnitud que era totalmente esperable y justificable, en alguna medida, que provocaran una reacción de rechazo o por lo menos de asombro en los demás.
Sus ojos desviados no permitían saber hacia donde dirigía su mirada. Su nariz ancha y achatada no cumplía una función respiratoria sino que únicamente servía de vía de comunicación entre su estómago y los alimentos con consistencia de papilla que podía ingerir con dificultad. Su boca... su boca tenía solamente el labio inferior normal. El labio superior era leporino, es decir que se unía a la nariz desfigurando su forma. Las arcadas dentarias presentaban algunos dientes o grupos de dientes dispuestos aleatoriamente en los maxilares y...lo peor de todo fue cuando constaté que ¡ no tenía lengua!. La misma era tan solo un muñón, de escasa movilidad en el piso de la cavidad bucal. Su paladar estaba hendido en su parte posterior, por lo tanto no se le había formado la úvula o
“campanilla”. La baba caía por su mentón cual torrente, dejando totalmente empapadas las prendas que cubrían su pecho.
Eso no era todo... le habían hecho una traqueotomía porque no podía respirar normalmente, razón por la cual le quedó una gran cicatriz fruncida en el medio de su delicado cuello blanco.
Tuve que respirar muy profundamente para poder mirar a los ojos a los padres y confesarles que nunca había tratado a un niño con esas características y que no estaba segura de si realmente podría hacerlo.

— El doctor nos dijo que usted nos ayudaría—insistió la madre.

¿Por qué hablan tanto algunos doctores?— me pregunté. Me sentía impotente.

— Agradezco su confianza en mí, pero... – dije agradecida y a la vez insegura.

— Ya no tenemos a dónde ir, es la única esperanza que nos queda – dijeron con la voz quebrada, demostrando un tremendo amor por esa niña.

Pensé unos instantes y una ola de valor me invadió, obligándome a tomar el caso como un desafío.

—Si trabajamos juntos y nos comprometemos, podremos ver qué logramos— dije con firmeza, sintiendo que tenía frente a mí al Monte Everest y tan solo un tenedor en la mano!!!

Sabrina concurrió sistemáticamente, sin faltar, durante nueve años al tratamiento. Cada año que finalizaba yo me preguntaba qué más podría lograr con ella, pensando que había llegado a un techo y era ella quien me daba la respuesta, pues algo nuevo lograba: soplar, morderse el labio inferior para decir la /f/, entender un pictograma, escribir los números del uno al tres, escribir su nombre en la computadora, etc. De a poquito su techo seguía subiendo.
Sus padres se separaron a los pocos años y si bien mantuvieron una relación amigable, fue su madre quien continuó la peregrinación desde la ciudad de Las Piedras hasta la Ciudad Vieja, dos veces por semana con sol o bajo lluvia, en invierno y verano.

Aprendió a comer y tomar sola, logró expresar sus deseos, sentimientos u opiniones a través del uso de sonidos vocálicos y de consonantes que no requieren del uso de la lengua, así como a través de la utilización de la lengua de señas utilizada por los sordos. Sabe leer palabras y pequeñas oraciones, maneja la computadora, la cual le abre múltiples posibilidades pedagógicas. Intenta comunicarse por todas las vías que estén a su alcance y siempre está atenta a lo que sucede a su alrededor.
Sobre todas las cosas es una persona feliz que hoy por hoy cuenta con herramientas que le han permitido no quedar aislada del medio.
Festejó sus quince años con vestido largo, rodeada de muchos amigos y familiares, tal cual lo había soñado.

Hace unos años, el día de mi cumpleaños, recibí una llamada telefónica.

_ Hola Eli, Sabrina te quiere decir algo....—era la voz de Cristina, su madre.

_ E O UMPA E..Í, E O UMPA E..Í, E O UMPA EI, E O UMPA E..Í
(imagínense la melodía).

Lloré de la emoción y le di las gracias por haberme enseñado tanto durante los nueve años de trabajo conjunto.

Comencé este relato con la frase: “El peor de los casos...” pero en realidad, pensándolo bien, no sé si denominarlo el peor o el mejor de los casos a los que me enfrenté, pues fue el que me permitió constatar que no importa cuán adversas sean las situaciones... todo es posible si se pone empeño y voluntad y se trabaja con mucho amor.

jueves, 17 de septiembre de 2009

La flauta mágica

Leticia se acomoda tranquilamente en el asiento de su escritorio y descansa un rato mientras espera a su próximo paciente. Se reclina sobre el respaldo al tiempo que sus ojos recorren el consultorio, sus libros en la biblioteca, el mueble con los coloridos juguetes a la vista, el espejo, el rincón de juego, los instrumentos musicales.

Detiene su mirada sobre la flauta que descansa en su erguido soporte, silenciosa, esbelta, quieta. Al verla toma conciencia de que hace mucho tiempo que no practica y teme haber olvidado las piezas aprendidas.

El reloj marca las siete de la tarde; ya es hora de que llegue Agustín, el niño nuevo de tan solo dos años y medio. Lo verá por primera vez, por eso lo citó a última hora, para poder tomarse el tiempo necesario para conocerlo.

_ Buenas tardes, ¿ se acuerda de mí ? Soy la mamá de Agustín.
_ Por supuesto, adelante, los estaba esperando-Leticia hace un gesto suave con su brazo
indicándole el rincón de juego para que dirija a su hijo hacia ahí.
_ ¿Lo dejo solito? –pregunta la madre algo nerviosa.
_ Si no reclama, ni llora, déjelo, quiero conocerlo– Leticia la calma con una sonrisa dándole a
entender que puede manejar la situación.

Agustín no demuestra ansiedad frente a la separación de su madre.


_ Entonces...espero afuera. Me siento acá cerquita por cualquier cosa... ¿le parece bien?
-pregunta la mamá inquieta.
_ Está bien, quédese tranquila, dejo la puerta entreabierta.

Comienza la sesión, Leticia observa a Agustín quien parece estar muy lejos de ese lugar. Se muestra inquieto y resulta difícil captar su atención, evita la mirada, deambula sin sentido, realiza movimientos estereotipados de manos y piernas, tiene carita de angustia frente a todo lo desconocido, y produce un llanto quejoso permanentemente sin motivo aparente.

Lentamente y con voz calma, ella intenta establecer algún tipo de contacto con esa personita que está y no está a la vez, pero de repente, un cúmulo de movimientos y gritos incontrolables fluyen del pequeño cuerpo sin poder encontrar la calma. El llanto lo ahoga y suspira profundamente.

La madre, nerviosa, escucha a su hijo e impacientemente se incorpora queriendo irrumpir en la sala para ver qué pasa. En ese instante, una suave melodía llega a sus oídos y comprueba con asombro e incredulidad que Agustín deja de llorar y respira pausadamente.

Las notas de una flauta dulce han calmado a su hijo y en un instante le devuelven a ella la tranquilidad, dibujándose una leve sonrisa en su rostro. Admite para sí, con cierto recelo, que Leticia también sabe cómo tratar a Agustín. Una placentera sensación de alivio la colma.
Toma asiento nuevamente y continúa esperando. Sabe que su hijo está en manos de alguien que lo comprende...tal vez, tanto como ella.

Nota: imagen bajada de google. http://www.catedu.es/lapicero_digital/IMG/jpg/RW144_El-tocador-de-flauta-Posteres.jpg

jueves, 10 de septiembre de 2009

EQUIS

Texto para la ejercitación del fonema /x/ (equis).

Existen muy diferentes tipos de personas en este maravilloso y variado mundo en el que vivimos.
Las exitosas por naturaleza
Las que buscan exhibirse porque en el fondo son inseguras
Las de excelente calidad humana
Las exigentes consigo mismas y con los demás
Las excéntricas que gustan de llamar la atención
Las reflexivas y las sexópatas
Las que exhortan a llevar una vida dedicada al prójimo
Y las que no son capaces de darse cuenta de las necesidades de los más próximos
Las extenuadas de tanto trabajar
Las que viven enredadas en problemas existenciales
Las exiguas, exageradas, extraordinarias, extrovertidas
Aquellas para quienes la apariencia exterior lo es todo
Y aquellas a las que les gusta exponerse al peligro
Cualesquiera sean, son todas criaturas que, a su manera, buscan una vida de excelencia, sea cual sea el hábitat en el que los tocó vivir.

Ella

Texto para la ejercitación del fonema /ll-y/ rioplatense.


Ella se quedó sola, pensativa, a la orilla del arroyo. Solamente la acompañaba el arrullo del agua que hallaba paso entre las rocas buscando el camino para llegar al encuentro de su hermano mayor, el río, el que fluye apaciblemente entre los bosques indígenas de la zona llamada del Kiyú.
Allá a lo lejos, escuchaba el canto de algún grillo solitario que quería conversar con los yuyos del campo.
Se sentó cómodamente, gracias a la amplia pollera campesina que vestía, la cual cayó lentamente como un manto sobre los diminutos pimpollos amarillos que pintaban atrevidamente, como pinceladas difusas, la verde alfombra sobre la que apoyaba sus pequeños pies. Frente a esa escena, seguramente Claude Monet se hubiese inspirado para crear una de sus maravillosas obras, compitiendo sin envidia alguna con los campos de lirios amarillos de Giverny que realizara allá en 1887 en Francia.
Recostó su delicada espalda sobre la corteza del tronco del sauce llorón que le brindó un apoyo seguro, como el abrazo del amigo que te rodea en aquellos momentos en que solo quieres llorar...
Levantó su delgado brazo derecho hasta la cabeza y con sus finos dedos buscó el broche que aprisionaba su cabello; lo abrió y dejó caer su abundante cabellera ondulada, la que se asemejaban a las ondas que se forman en el agua con la suave brisa del atardecer.
Reclinó su cabeza y se quedó largo rato con los ojos cerrados escuchando los sonidos de la naturaleza, escuchando el silencio, escuchando su propia respiración rítmica, pausada, tranquila. En determinado momento creyó que algo o alguien la llamaba desde el cielo, abrió sus ojos y descubrió que el firmamento había reclutado a un enorme regimiento de estrellas que titilaban incansablemente, como guardias vigilantes...eran millares de ojos que no dejaban de observarla ni por un instante.
Ahí, creyendo estar sola, comprobó que estaba acompañada, se sintió segura; el sauce la sostenía, el cielo la protegía, la tierra le transmitía energía y el arroyo le brindaba esa calma que tanto necesitaba.
Todo su ser se fue llenando, poco a poco, de todas esas sensaciones placenteras que imperceptiblemente le fueron dando vitalidad, ganas de poner a prueba su capacidad para profundizar en la percepción a través de todos sus sentidos, para así poder nutrirse, crecer, ser más fuerte.
Aquella noche, en ese lugar encantado, halló la paz que buscaba, y descubrió que también se puede llorar de felicidad por tener la posibilidad de percibir hasta los más mínimos estímulos en las cosas más simples.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El juguete de papá



Tomás era un niño pequeño de casi tres años. Era apocado, de gesto asustadizo, al que le costaba mucho relacionarse, tanto con niños como con los adultos. Parecía que siempre estaba a punto de llorar.
Desde que empezó a hablar, se dio cuenta que no podía hacerlo como los demás. Lo que estaba en su cabecita no lograba que saliera normalmente por su boca. Se le trancaban las palabras, sentía como si estuvieran amontonadas en el pico de un embudo y no pudieran pasar. Quedaba repiqueteando en las sílabas iniciales de las palabras sin poder llegar al final de una frase casi nunca.
Él se angustiaba mucho y desistía, sintiendo el fracaso en la comunicación… entonces dejaba de hablar. Esto ponía muy nerviosos a sus interlocutores quienes infructuosamente trataban de adivinar lo que quería decir mostrando objetos, haciendo acotaciones que pretendían suplir los estancamientos con palabras desacertadas. Él los miraba y se sentía incomprendido, bajaba la cabeza y callaba. Más de una vez le caía alguna lágrima sobre sus mejillas.
Así pasaron los años y Tomás continuaba con su tartamudez, razón por la cual fue etiquetado con el mote de Toto, que era la manera como le salía decir su nombre. Nunca llegaba al “más” para completar “ To-más”.
Ya un poquito más grande, en la escuela, la crueldad de sus compañeros le hacía replegarse cada vez más en sí mismo, por lo que empezó a aislarse en el recreo, mientras todos lo ignoraban.
Cierto día, jugando solo en el garaje de su casa, se topó con un baúl dentro del cual había algo que parecía ser un juquete que no conocía, era de madera y tenía una piola larga. Parece un alfajor –pensó -, fue corriendo hasta donde estaba su padre y le preguntó qué era eso. Él, visiblemente emocionado lo tomó en su mano con cariño y le contó que era un yo-yo de madera, el juguete favorito de su infancia. Sin mediar más palabras, tímidamente, temiendo no poder hacerlo, comenzó a demostrar su destreza con el querido y viejo juguete.
— ¡Qué bueno, pá! ¿Me dejás probar a mí?
Tomás lo tomó con sus manitos inexpertas , lo miró de cerca y se presentó:
— Yo soy To-to y vos sos yo-yo. Yo voy y vengo sobre las palabras y vos vas y venís sobre tu piola ( papá me dijo que se llama chaura ) . Así que somos muy parecidos. Creo que vamos a ser muy buenos amigos.
Tal fue la empatía de Tomás con su nuevo compañero de juego que llegó a convertirse en el Rey del yoyo . En la escuela, al verlo sus compañeros haciendo mil piruetas con el juguete, comenzaron a acercarse y a admirarlo. De ser el niño inadvertido pasó a ser el CRACK del YO-YO quien asombraba a grandes y chicos con sus habilidades motrices.
La sonrisa de felicidad inundó su carita cuando, el día de su cumpleaños número siete, entró a la clase como todos los días y fue recibido con un afectuoso aplauso que retumbó en toda la escuela, un dibujo enorme en el pizarrón de él con su súper yo-yo y el canto al unísono de “Que los cumplas felíiiiiiz…”



DATOS INTERESANTES
El yo-yo es un
juguete formado por un disco de madera, de plástico o de otros materiales con una ranura profunda en el centro de todo el borde, alrededor de la cual se enrolla un cordón que, anudado a un dedo se hace subir y bajar alternativamente. Se maneja el disco mediante sacudidas hacia arriba y abajo.
Los más hábiles han logrado hacerlo patinar en el suelo o realizar pruebas y piruetas según les permita la imaginación y la práctica. El perrito consiste en lanzar el yo-yo hacia abajo, logrando que el mismo se deslice sobre la cuerda, se deja correr por el piso, procurando luego incorporarlo al ritmo normal del juego. El columpio consiste en deslizarlo, una vez lanzado el Yo-yo, sujetando la cuerda un poco menos de la mitad. Con el otro extremo de la cuerda se forma un triángulo, y se introduce el Yo-yo en el centro, balanceándolo, para luego incorporarlo al ritmo normal del juego.
Es un entretenimiento de niños y adultos. Los modelos de yo-yo van desde los materiales y formatos más tradicionales hasta algunos con luces y sonidos.

Origen
El yo-yo tuvo su origen en un artilugio de caza, que usaban en los comienzos de la
Edad Moderna, ciertas civilizaciones para obtener sus presas para alimentarse, y requería de cierta habilidad para manejarlo.
En el
siglo XVI, los cazadores filipinos idearon un yo-yo, que era un arma constituida por dos grandes discos de madera y una recia liana que los unía. El yo-yo se lanzaba con habilidad, y su liana atrapaba al animal por las patas y lo derribaba, lo que permitía acabar con él con toda facilidad. El yo-yo facilitaba la tarea a los cazadores, como en el caso del bumerán australiano, que también permitía reducir a la presa desde lejos. El nombre proviene del tagalo, una lengua Indonesia que es la más antigua y la más hablada entre los filipinos. En su origen el yo-yo no era, pues, un juguete.
En los años veinte, un americano emprendedor llamado Donald Duncan pudo contemplar el yo-yo filipino en acción. Reduciendo el tamaño del arma, la transformó en un juguete infantil, conservando el nombre tagalo, pero el yo-yo de Duncan no fue el verdadero origen del juego.

Yo-yo en China (1000 a.C.)
Como juguete, el yo-yo se originó en China hacia el año 1000 a.C. La versión oriental consistía en dos discos de marfil con un cordón de seda arrollado alrededor de su eje central. Andando el tiempo, este juguete chino se difundió en Europa, donde fue adornado suntuosamente con joyas y pintado con dibujos geométricos, a fin de que su rotación creara efectos hipnóticos.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Teléfono descompuesto



— Mirá al cielo, dale, mirá. ¡Un mosquito gigante!

— ¿Qué decís, estás loco?¿De qué mosquito hablás? Yo sólo veo un helicóptero.

— ¿Eli con un tero? Nooo, Eli se quedó en casa, no digas bobadas. Mirá.

— Dije: he-li-cóp-te-ro, sordo! Por qué no te ponés los audífonos?

— No tengo pilas, además me zumban los oídos con esos aparatos.
Un zumbido igual al del mosquito gigante,¿lo escuchás?¡ Insoportable!

— ¡Dale con el mosquito! ¿Anoche viste una película de ficción?

— ¿Si tengo infección?¿Por qué me lo preguntás?
¿Sabés algo que yo no sé…?

— FIC-CIÓN, dije.

— No tengo infección, no seas pesado. Yo me cuido.

— Paaah! Ya lo veo, ¡debe ser una especie en extinción!
¡Yo nunca había visto uno tan grande!
Es como un saurio volador.

— ¿Un sano violador? ¿Cómo va a ser un violador sano.
Si es violador no es sano, ¡eso es una contradicción!

— Ufaaa! No se puede hablar contigo, me agota.

— ¿Tenés gota? ¡Qué dolor!
Un amigo me dijo que es exceso de ácido úrico.
Tenés que adelgazar.

— Y vos…tenés que callarte un poco.
¡Serás sordo pero no mudo!

— ¿Te mudás? No me habías dicho nada picarón.
¿Te vas a vivir con ella?
No te olvides de pasarme la dirección, no sea cosa
que desaparezcas del mapa…

— ¡Callate por favor! Parecemos dos chiflados.

— Inflado estarás vos, yo estoy hecho un potrillo.

— Un potrillo parlante…

— Si, siempre pa’ delante. Nunca mirar hacia atrás. Nunca recular.

— Espectacular! Sólo recular para tomar impulso, decía mi viejo.

— ¿Qué me vaya a tomar el pulso? No jodas más.