jueves, 10 de septiembre de 2009

Ella

Texto para la ejercitación del fonema /ll-y/ rioplatense.


Ella se quedó sola, pensativa, a la orilla del arroyo. Solamente la acompañaba el arrullo del agua que hallaba paso entre las rocas buscando el camino para llegar al encuentro de su hermano mayor, el río, el que fluye apaciblemente entre los bosques indígenas de la zona llamada del Kiyú.
Allá a lo lejos, escuchaba el canto de algún grillo solitario que quería conversar con los yuyos del campo.
Se sentó cómodamente, gracias a la amplia pollera campesina que vestía, la cual cayó lentamente como un manto sobre los diminutos pimpollos amarillos que pintaban atrevidamente, como pinceladas difusas, la verde alfombra sobre la que apoyaba sus pequeños pies. Frente a esa escena, seguramente Claude Monet se hubiese inspirado para crear una de sus maravillosas obras, compitiendo sin envidia alguna con los campos de lirios amarillos de Giverny que realizara allá en 1887 en Francia.
Recostó su delicada espalda sobre la corteza del tronco del sauce llorón que le brindó un apoyo seguro, como el abrazo del amigo que te rodea en aquellos momentos en que solo quieres llorar...
Levantó su delgado brazo derecho hasta la cabeza y con sus finos dedos buscó el broche que aprisionaba su cabello; lo abrió y dejó caer su abundante cabellera ondulada, la que se asemejaban a las ondas que se forman en el agua con la suave brisa del atardecer.
Reclinó su cabeza y se quedó largo rato con los ojos cerrados escuchando los sonidos de la naturaleza, escuchando el silencio, escuchando su propia respiración rítmica, pausada, tranquila. En determinado momento creyó que algo o alguien la llamaba desde el cielo, abrió sus ojos y descubrió que el firmamento había reclutado a un enorme regimiento de estrellas que titilaban incansablemente, como guardias vigilantes...eran millares de ojos que no dejaban de observarla ni por un instante.
Ahí, creyendo estar sola, comprobó que estaba acompañada, se sintió segura; el sauce la sostenía, el cielo la protegía, la tierra le transmitía energía y el arroyo le brindaba esa calma que tanto necesitaba.
Todo su ser se fue llenando, poco a poco, de todas esas sensaciones placenteras que imperceptiblemente le fueron dando vitalidad, ganas de poner a prueba su capacidad para profundizar en la percepción a través de todos sus sentidos, para así poder nutrirse, crecer, ser más fuerte.
Aquella noche, en ese lugar encantado, halló la paz que buscaba, y descubrió que también se puede llorar de felicidad por tener la posibilidad de percibir hasta los más mínimos estímulos en las cosas más simples.

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